14.9.08

La Cita



Ella se impacientaba, ya pasaban veinte minutos de la hora , el móvil mudo y él no aparecía. Se acomodó de nuevo en la silla mirando la copa vacía, la gente que se levantaba y a los que les reemplazaban en la terraza del bar y, él no aparecía.
Se sentía estúpida , le habían tomado el pelo. Decidió esperar cinco minutos más y largarse.

Él apareció agitado, acercándose a la terraza con la mirada perdida como quien busca sin saber a quién. La reconoció fácilmente por su vestido de flores. Mil disculpas y una excusa: se sintió tan cansado que se había quedado dormido en la bañera, al darse cuenta de la hora se incorporó precipitadamente y resbaló. Le enseñó los dedos con aspecto de garbanzos a remojo de dos días y le habló de moretones.

Él intentó una conversación amistosa y personal mientras acababan el vino, pero ella no estaba interesada en compartir detalles de sus vidas.
Ella se levantó , “¿cuándo vamos al hotel?”, cortando el monólogo.

El cuarto de baño parecía un campo de batalla, toallas tiradas en el suelo encharcado...
Ella se dejó caer en la cama esperando recibir lo que había venido a buscar. Prendas deslizándose hasta el suelo, caricias, besos...

Él no dejaba de repetir lo atractiva que era; había hecho bien en no acudir a la otra cita , ya había estado con la guiri cincuentona, y sin duda ésta era una sirena inesperada a su edad.
Ella no lograba calentarse, no entendía lo que le pasaba; el tipo era cincuentón pero de buen ver y estaba intentándolo todo, poniendo un empeño exagerado que le hacía sentirse culpable.
Después de muchos lametones, dedos que hurgan , vueltas y posiciones Ella no había lubricado ni sentido el rabo duro y le sorprendió que en ese instante la penetrara, no eran los dedos, algo extraño. “¿Qué me estás metiendo?”.
Él extrajo de entre sus muslos un frasquito de colonia de los del hotel.
“Es el cansancio, no me suele pasar casi nunca, y me gustas tanto, tanto, tanto. Me temo que me he bloqueado por lo mucho que te deseo”.

Ella se desenredó de pies y manos, se incorporó de la cama y comenzó a vestirse sin decir palabra. Antes de abrir la puerta se volvió hacia él, estaba plantado en calzones con cara desesperada, con voz que pretendía ser dulce le dijo: “Tranquilo no eres tú, es cosa mía”.
Él salió hasta la puerta rogándole otra cita, otra oportunidad.
Ella se volvió para mirarle, no deseaba palabras, quería salir de allí. Con una sonrisa le soltó un “lo siento, no repito nunca”.

Mientras bajaba en el ascensor se reía al pensar en lo insólito de la situación: “Venir a un hotel de tantas estrellas para que me follen con un frasquito de colonia, de plástico y ...de publicidad”.

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